La dinámica de vida actual, trastocada por el aumento en la esperanza del número de años[1], la globalización, la convergencia multimedia y la velocidad, entre otros aspectos; ha propiciado que los ciclos de las personas se recorran y que las experiencias que hace unas décadas se vivían a los 50, hoy se presenten con 10 ó más años de anticipación.
La consolidación de una trayectoria profesional, de un patrimonio y de una familia –por citar algunos ejemplos– ya no son situaciones que aguarden hasta pasados los 40; antes de esa edad, es notorio el encumbramiento de buena cantidad de profesionales, la conclusión de muchos matrimonios, así como de una serie de cambios en la continuidad de los proyectos de las personas.
La vida no es tan predecible como solía serlo y ahora exige una reinvención de nuestra parte para cubrir esas décadas que vienen por delante, sin que estas representen –propiamente– un período de inactividad o decadencia.
Por primera vez en la historia, el alargamiento de la juventud no sólo es posible, sino que es requerido y es paradójicamente resentido por 3 generaciones que han experimentado una sucesión de cambios drásticos en la forma con que avanza el mundo: la generación X (período tardío), la generación Y y los Nexters; mismas que integran el ahora llamado grupo de la mediana edad, o bien, jóvenes adultos[2], el cual debe plantear nuevas pautas para hacer significativa la vida una vez entrada la madurez.
Frente a esta crisis de la mediana edad, comúnmente conocida como crisis de los 30, las personas además de preocuparse por retener la juventud y demostrar su valía a nivel social, en tanto que cuentan con la experiencia, la voluntad y el talento para materializar una serie de preceptos a las que están obligadas (un buen trabajo, un espacio propio y una pareja, entre otros); han de convertirse en un modelo a seguir, sin pretenderlo y sin estar totalmente de acuerdo con las razones por las cuales habría de considerarlas como tal, dado que la mayoría no está conforme con lo que ha logrado.
A los 30 saltan a la vista todos los defectos: las primeras canas, las líneas de expresión y esos kilos que están de más; así mismo, una sarta de carencias, inseguridades y temores que nunca antes habían hecho mella. Y a la vez, se ponen en tela de juicio valores e ideales tales como el amor, la confianza, la solidaridad, la patria, la justicia, el bien común, incluso la noción de familia. –¡Y es que a los 30 somos estereotipadamente imperfectos!–
Al replantearse los significados de la vida, un treintañero caerá en la cuenta de que el proyecto que ha cimentado hasta ese momento no necesariamente le brindará la estabilidad que busca y que se le demanda, y que habrá que volver a aprender para abrir una etapa que no tiene antecedentes en la historia de sus padres o sus abuelos, no obstante, esta podría abarcar varios proyectos más antes de alcanzar la verdadera madurez; lo cual conformará un legado para las nuevas generaciones.
Así, el enfoque no se centra en los años y los logros que ya ocurrieron, sino en la expectativa de sostener el talante de éxito en un período de la vida en el que sólo es posible asegurar que habrá cambios; situación que deriva en una realidad demasiado exigente, socialmente utópica, que de no alcanzarse podría tirar por la borda la salud mental de cualquier persona. He ahí el factor crisis.
[1] En la actualidad, el promedio de esperanza de vida a nivel mundial rebasa los 62 años. World Life Expectancy (2010).
[2] Grupo constituido por hombres y mujeres de 25 a 44 años, uno de los períodos más productivos de la población a nivel mundial.